juntos hasta tarde
con magalí atravesamos juntos justo esa edad en la que pegarse un porrazo deja de ser tropezarse. descubríamos casi todo uno al lado del otro; primero como amigos y luego como compañeros de sexo; porque así decidimos llamarnos: compañeros de sexo. no queríamos compromiso a esa edad. ella lo tenía bien clarito entonces respondí valiente: yo tampoco.
tuvimos épocas geniales y también de las otras: ambos nos celábamos por nuestros demás despuntes sexuales, por nuestra amistad muchas veces fingida, porque el novio de ella me conocía y me odiaba y porque mi novia siempre quería asesinarla por esa manía que tenía maga de comentar lo incomentable.
engañamos a todas las parejas que fueron pasando por nuestra adolescencia y también cuando tuvimos los veintitantos contra los que peleamos haciéndonos llamar todavía adolescentes. no nos daba culpa engañarlos porque nosotros nos queríamos, nos éramos necesarios. maga decía que necesitaba que los hombres la entendieran el diez por ciento de lo que yo la entendía.
así era nuestra vida hasta que conoció a rodrigo y las cosas se dieron vuelta. él era héroe, yo sufría, le proponía sexo y ella me esquivaba, contaba que el flaco era muy divertido, que nunca había estado así, y yo le decía que qué bueno, que ella se merecía lo mejor.
ya se terminó el tiempo de la joda, me dijo maga una vez. es hora de que nos pongamos a hacer las cosas en serio. pero no se refería a nada que me incluyera más que como amigo.
precisé varios años para darme cuenta e insistir en hacer las comparaciones del caso, en rebobinar los recuerdos para ir armando mi vida sin maga, en intentar encontrarla en otras mujeres con las que yo estaba y con las que ya había estado, hasta que me di cuenta de que era ella. quería estar con ella, pero ya habían pasado demasiados años de aquel yo tampoco.
mucho tiempo después, serían unos diez años los que me pasaron por encima, hice un último intento telefónico: un marido y dos hijos me hicieron darme cuenta de que ya era demasiado tarde. ella me dijo entusiasmada y con una voz irreconocible: tenés que conocerlos, y me obligó a la resignación de acompañarla en su felicidad. eso era lo único que podía recuperar de ella y lo único que todavía conservo.
con magalí atravesamos juntos justo esa edad en la que pegarse un porrazo deja de ser tropezarse. descubríamos casi todo uno al lado del otro; primero como amigos y luego como compañeros de sexo; porque así decidimos llamarnos: compañeros de sexo. no queríamos compromiso a esa edad. ella lo tenía bien clarito entonces respondí valiente: yo tampoco.
tuvimos épocas geniales y también de las otras: ambos nos celábamos por nuestros demás despuntes sexuales, por nuestra amistad muchas veces fingida, porque el novio de ella me conocía y me odiaba y porque mi novia siempre quería asesinarla por esa manía que tenía maga de comentar lo incomentable.
engañamos a todas las parejas que fueron pasando por nuestra adolescencia y también cuando tuvimos los veintitantos contra los que peleamos haciéndonos llamar todavía adolescentes. no nos daba culpa engañarlos porque nosotros nos queríamos, nos éramos necesarios. maga decía que necesitaba que los hombres la entendieran el diez por ciento de lo que yo la entendía.
así era nuestra vida hasta que conoció a rodrigo y las cosas se dieron vuelta. él era héroe, yo sufría, le proponía sexo y ella me esquivaba, contaba que el flaco era muy divertido, que nunca había estado así, y yo le decía que qué bueno, que ella se merecía lo mejor.
ya se terminó el tiempo de la joda, me dijo maga una vez. es hora de que nos pongamos a hacer las cosas en serio. pero no se refería a nada que me incluyera más que como amigo.
precisé varios años para darme cuenta e insistir en hacer las comparaciones del caso, en rebobinar los recuerdos para ir armando mi vida sin maga, en intentar encontrarla en otras mujeres con las que yo estaba y con las que ya había estado, hasta que me di cuenta de que era ella. quería estar con ella, pero ya habían pasado demasiados años de aquel yo tampoco.
mucho tiempo después, serían unos diez años los que me pasaron por encima, hice un último intento telefónico: un marido y dos hijos me hicieron darme cuenta de que ya era demasiado tarde. ella me dijo entusiasmada y con una voz irreconocible: tenés que conocerlos, y me obligó a la resignación de acompañarla en su felicidad. eso era lo único que podía recuperar de ella y lo único que todavía conservo.
voyeur