comienzo
tira la piedra al lago palermo y las ondas expansivas de aquel plop se dispersan unas a otras, inclusive los patos la estarán sintiendo mientras enjuagan su garganta con el agua del lago, suponiendo, claro que los patos tengan algo denominado garganta. las señoras de maridos adinerados, por consiguiente ausentes, pasan trotando con sus calzas fluo y sus lentes extravagantes, mucho calor, y ella sabe que no quiere nada de eso o se conforma con convencerse de que al menos le falta bastante para aquel grotesco.
hace unos meses estuvo saliendo con un estudiante español que había venido de gijón a buenos aires por uno de esos intercambios universitarios, trabajaba como ayudante de cardiología en el hospital fernández. el tipo con el guardapolvo blanco impactaba, como todo médico tenía su presencia y tal vez haya sido eso lo que haya llamado su atención en la sala de espera.
todo fue maravilloso hasta aquel día en que discutían como cualquier pareja. caminaban rápido por florida diciéndose de todo paso a paso y, en el apuro, un vendedor ambulante se llevó por delante al gallego, que no tardó en insultarlo: sudaca de mierda, comentó. cuando volvió la vista a ella estaba aún más enojada. vamos... que estoy perdido por ti, le dijo queriendo convencerla. pues piérdete, respondió ella ironizando el tono. giró y corrió lo más que pudo hasta tomarse el subte. él no la siguió. siempre había sido obediente.
ahora estaba ahí, arrojando piedritas al lago. apenas un poquito de viento le revolucionaba el flequillo que se cortó ella misma; siempre le quedaba mal, no le gustaba nunca, pero insistía en hacerlo por la misma razón que todavía le hacía creer en que de tanto buscar encontraría al hombre. estúpido recurso, dirán, pero arrojaba una, las onditas se dispersaban, luego otra, y así; con esa inconciente confianza interna de que eso pudiera cambiarlo todo; como cuando un aleteo de mariposa en australia produce un huracán en miami.
tira la piedra al lago palermo y las ondas expansivas de aquel plop se dispersan unas a otras, inclusive los patos la estarán sintiendo mientras enjuagan su garganta con el agua del lago, suponiendo, claro que los patos tengan algo denominado garganta. las señoras de maridos adinerados, por consiguiente ausentes, pasan trotando con sus calzas fluo y sus lentes extravagantes, mucho calor, y ella sabe que no quiere nada de eso o se conforma con convencerse de que al menos le falta bastante para aquel grotesco.
hace unos meses estuvo saliendo con un estudiante español que había venido de gijón a buenos aires por uno de esos intercambios universitarios, trabajaba como ayudante de cardiología en el hospital fernández. el tipo con el guardapolvo blanco impactaba, como todo médico tenía su presencia y tal vez haya sido eso lo que haya llamado su atención en la sala de espera.
todo fue maravilloso hasta aquel día en que discutían como cualquier pareja. caminaban rápido por florida diciéndose de todo paso a paso y, en el apuro, un vendedor ambulante se llevó por delante al gallego, que no tardó en insultarlo: sudaca de mierda, comentó. cuando volvió la vista a ella estaba aún más enojada. vamos... que estoy perdido por ti, le dijo queriendo convencerla. pues piérdete, respondió ella ironizando el tono. giró y corrió lo más que pudo hasta tomarse el subte. él no la siguió. siempre había sido obediente.
ahora estaba ahí, arrojando piedritas al lago. apenas un poquito de viento le revolucionaba el flequillo que se cortó ella misma; siempre le quedaba mal, no le gustaba nunca, pero insistía en hacerlo por la misma razón que todavía le hacía creer en que de tanto buscar encontraría al hombre. estúpido recurso, dirán, pero arrojaba una, las onditas se dispersaban, luego otra, y así; con esa inconciente confianza interna de que eso pudiera cambiarlo todo; como cuando un aleteo de mariposa en australia produce un huracán en miami.
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hoy, capítulo veintiocho de chico de country.
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voyeur