30.7.07 

noche de hombres
bueno... porque se acabó el día, propuso el alita para el brindis de tinto y no hubo chin-chin por el silenciador de los tetrabrick; seis litros, uno para cada uno.
les faltaba la sensación de hogar dulce hogar porque hubo que dejar la villa y esconderse en un ex desarmadero, un baldío de mala muerte; mala muerte, como si la villa no lo fuera. se vienen los gendarmes armados hasta el culo y piquenselá porque va en serio, les había dicho la noche anterior el poli de la 23 que pasa siempre a buscar parte de la guita y algún ayudín para los muchachos. se fueron y no hubo lágrimas. se quedaron las mujeres y los chicos: chau, y sin llorar, eh, ya saben lo que tienen que decir.
el alita tragó largo, sacó la nueve de su espalda, gatilló, el estampido y todos observando la bala dirigiéndose al cielo. el alita extrañaba.
cuando bajaron la vista, hacía tiempo que antonio ríos había dejado de cantar y todavía se escuchaba de fondo el rumor crujiente del asado de tira cociéndose al fuego.
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19.7.07 

el negro y los suyos

2.7.07 

colectivo
en el tren, sentado por fin, observaba la lluvia e insulté a nadie al descubrir mi mochila húmeda por una filtración de quién sabe qué abertura de la ventanilla; todo el vagón, lleno de hora pico, se asombró por semejante espectáculo natural. llueve de costado, le comenté a la mujer que tenía sentada a mi lado y un tipo, que cargaba parado con un nene insoportable, me corrigió como si supiera: llueve arremolinado, dijo. de tal palo tal astilla.
bajé del tren, previo forcejeo, y corría para evitar la lluvia cuando el azar me dio una mano: el 343 que me deja a una cuadra de casa estaba atrapado del otro lado de la barrera. no tenía campera y llovía a cántaros, las gotas no eran gotitas; sentía que me golpeaban la cabeza como si fueran bolitas de cartón. miré a los costados y crucé las vías; el tren demorado todavía mantenía la barrera baja. toqué la puerta del colectivo para que el chofer me abriera, pero nada. insistí y me hizo que no con el dedo índice de su mano derecha, un limpiaparabrisas absurdo. ¿no qué?, le pregunté a los gritos. volví a golpear y grité : ¡abrí, viejo!, y con el mismo dedo me señaló la próxima parada de la esquina siguiente como única opción. le dije la-con-cha-de-tu-ma-dre vocalizando, para que me leyera los labios, me los leyó, se rió y arranqué mi carrera hasta la próxima parada.
crucé las vías ya sin mirar y corrí. corrí como para llegar a una meta, con el peso de la mochila húmeda forzándome la cervical. corrí desenfrenado, enfurecido y escuché de fondo que se terminaba el campaneo; subía la barrera. corrí más y sentí cómo el pie derecho se me humedecía por pisar un charco y mi media era una esponja, hasta me doblé un poco el tobillo por la profundidad del bache, pero no me importó. seguí y seguí acomodándome la mochila, limpiándome con los dedos los anteojos empañados por mi respiración, corrí y eso es todo lo que hice hasta llegar a la esquina de la parada y extender mi mano derecha con furia, mirándolo fijo al chofer, obligándolo a parar, dispuesto a tirarme entre las ruedas para que frenara.
se detuvo echando esos bufidos animales. mientras algunas personas descendían por atrás, abrió la puerta, subí, le pedí un boleto de un peso, tardé en sacar las monedas del bolsillo del pantalón empapado, pagué, agarré el boleto, me acerqué al chofer y, mirándolo a los ojos por el antifaz reflejado del retrovisor, le dije:

-no van a poder conmigo, eh. ni vos, ni nadie.
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¿quién soy?

  • un tipo que escribe lo que su miopí­a galopante le permite ver.
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