29.7.04 

Sin título

Nando escribía porque no sabía pintar perfiles con dos ojos como Picasso, ni dibujar recortes de lo cotidiano como Quino, ni tocar la trompeta en la luna como Amstrong. Entonces esto, lo que no podía hacer, era lo que lo inspiraba a escribir; así como también las no demasiadas mujeres en las que posaba sus ojos como una especie de par de abejas polinizando flores.

Para buscar su inspiración había probado de todo y, ahora que podía, la llamaba a grito pelado en su orgullosa soledad, hubiera dicho Arlt. Desde dibujar garabatos en una hoja que le dieran una imagen, escuchar músicos franceses, brasileños e ingleses, y hasta fumar marihuana con sus amigos, ir y volver, y jamás recordar qué fue lo que su inconsciente le había comentado. Improvisaba todo. Pero había comprobado leyéndose que eso todavía no le alcanzaba para tomar un texto con el fanatismo suficiente y escribir unas doscientas páginas sin revisar cada una de las líneas cambiando adjetivos sin parar.

Un día, sin forzarla ni fumarla, encontró la pista. Ese cosquilleo que les debe agarrar a los detectives cuando encuentran una huella digital en un picaporte o una sábana blanca les descubre un pelito de un(a) luna(r) para irse a vivir y plantar bandera. Y entonces, sin otra salida que ejecutar, vaciarse, desarmar y sangrar, hubiera dicho García, siguió con su inevitable: hacer letras las percepciones.

27.7.04 

Concluir y conciliar el sueño

Escribía y soñaba con publicar. No con vender. Publicar. Tener su libro en su mano. Una caricia al ego de esas que uno por dentro piensa "ahora me puedo morir tranquilo"; y no porque la mayoría de las obras tengan un póstumo buen pasar, sino por la razón obvia.

Sin embargo, dentro de sí tenía la firme idea de que, mientras que los libros no se vendan ("porque acá la gente cada vez lee menos", decía), jamás los editores se animarían a ponerle sus fichas a un nuevo autor. Le parecía realmente imposible. Es más, los libros de más éxito tenían mucho más que ver con la investigación periodística o algún hecho histórico. La ficción era un territorio de próceres mágicos como Arlt, Borges y Cortázar. Eso sucedía: las editoriales nacionales recontrainvertían en las recontraediciones de este tipo de libros. Era lo más redituable. No había dudas.

Tal vez porque sus pestañas pesaban demasiado o por alguna razón indescifrable, llegó a una conclusión: hay muchos más autores que lectores. E incluyendo en las cuentas a los autores-inefables lectores y los lectores-autores escondidos, concilió el sueño llegando casi a la conclusión de que cada consumidor es un ejecutante frustrado y que alimenta su ego derrotado de esa forma.

Días después se reiría de su idea, y hasta ironizaría, pero no por eso la desecharía completamente.

25.7.04 

Un recreo

Eran cuatro lucecitas viendo millones. Ema y Facundo, de 11 y 12, observaban las estrellas prometiéndose sin palabras jamás dejarse.

En sombras, dos siluetas pequeñas sentadas y abrazadas al borde del río en Puerto Madero. En rigor, dos chicos hechos de harapos y roña que entorpecían la belleza top.

Los estarían buscando. Se habían escapado, pero ya comenzaban la vuelta. Sí, ya habían pensado en no volver, pero ¿a dónde ir?. A unas ocho cuadras, sus respectivas familias estarían revisando bolsas de basura sin siquiera mirarse. Rivales de la nada.

Facundo pensaba en la paliza que le daría su papá por la pérdida de tiempo, es decir, dinero mendigado que sería alimento. Pero prefería consolar, rodeándola con su brazo, a Ema, que ya comenzaba a sollozar como cada vez que volvían.

¿Qué iban a explicar? ¿Para qué?

22.7.04 

¿Querías balanza? Bueno, esta es otra


Lo malo

-Encontrar varias de razones por las que cenar con mi viejo es insorportable y, saber también, que jamás voy a dejar de hacerlo se volvió una búsqueda estúpida e insolente ya que sé también que voy a seguir con esto hasta que nos agarremos a piñas y después nos volvamos a arreglar en el comienzo de una especie de ciclo incansable.
-Intentar conectarse a internet desde casa de apá y que el teléfono se cague en mis costumbres fue mi primer síntoma de disgusto.
-Que en el trayecto que le toma al ascensor (que también es descensor y nadie lo llama así) bajar tres pisos, el cielo disponga una tormenta impresionante y repentina me hace pensar que yo realmente estoy meado por un animal de tamaño extravagante todavía no descubierto por la ciencia mundial.
-Conseguir caminar las tres cuadras bajo el cielo que se cae como si estuvieran descuartizando un océano sobre mi cabeza y encontrar dos locutorios cerrados ¡en las vacaciones de invierno! transforma la vida en un infierno.
-Ir por el tercer local, encontrarlo, darme cuenta que es un antro total, darle poca importancia al detalle de las camperas con tachas en la mayoría de los que están dentro, encontrar graciosos los orígenes orientales del dueño se parece al señor Miyagui y sentarme en una máquina al lado del baño comienzan a calmarme, pero no es suficiente.
-Sentarme al lado del baño fue bastante ingrato, pero encontrarme con dos tipos a dos computadoras que relatan todo lo que hacen en un chat ("uh, esta es uruguaya", "Ojo, eh", "Estoy bardeando al mexicano, fijate") es realmente demasiado para una sola noche.

Lo bueno

-Darle la razón al lugar común "hablando se entiende la gente", sin reparar en lo que eso implica para alguien como yo, hizo que esta tarde valga la pena.
-Encontrar otra excusa (como alguien calificó) para ver esa película volvió gracioso y genial un segundo de este día como si viera ahora mismo un chino (otro más) que se pusiera un gorrito mexicano que le quede muy grande. (Que los chinos me parezcan siempre muy graciosos se debe a la cultura yanqui que emanan las películas de este país. Estoy en contra de mí mismo, pero debo ser sincero. Me figuré un chino y me reí).
-Cerrar la noche, si me dejan salir de acá con vida, tomando unas birras con una de las personas con las que más me entiendo en esta vida. Peludo, socialista, vago, inteligente... Un tipo como yo... ¡borracho!

 

Pausa

Hoy, además de sentirme poco reconocido y triste, descubrí dos cosas que pretendo recomendarles:

-La revista "La Mano": la dirige Roberto Pettinato y se luce a pleno con un estilo que pocos conocen del periodista brillante de Expreso Imaginario que muchos habían olvidado. En esta edición hay un informe de marihuana para pensar mucho, en vez de fumarse un buen porro, como parecen inducir la mayoría de este tipo de notas. Excelente enfoque y desde un rincón muy inteligente. Al menos este ejemplar, vale mucho más de lo que su precio de tapa indica.
-La película "Eterno resplandor de una mente sin recuerdos": una vez más, sentí que yo quisiera escribir los guiones como Charlie Kaufman. Leí en una revista de cine que sus guiones fueron acusados de ser demasiado ingeniosos, originales, excéntricos y sin carga narrativa. ¡Mierda! ¿Qué otro guionista puede reunir los primeros tres adjetivos de esta crítica?

17.7.04 

V

No es que quiera dar un giro político al blog o algo así, pero hay veces en que se me torna inevitable exteriorizar la bronca por mis deditos.

Tiene que ver con el desastre que hicieron los piqueteros en la legislatura por el código contravencional que votaron nuestros avispados legisladores.

Señores, creo yo, bah. Esto es la democracia. Votamos cada cierto período de tiempo a un conjunto de políticos que viven de nosotros. Los que ganan, mal o bien, tienen que representarnos y hacer su trabajo. ¿Estamos en contra? Ok. Cuando votemos, usemos el cerebrito que para eso está. Nada de incendiar, romper y todo eso.

Pero no es tampoco que yo piense agua y ajo, sino todo lo contrario. Estoy a favor de la protesta pacífica, también estoy en contra del código contravencional y, sobre todo, con la parte que afecta a los vendedores ambulantes como si esto fuera Suiza o Francia, que son tan bonitas en postales.

Resulta ahora que el gobierno se preocupa por restringir la ilegalidad de trabajar en la calle de las prostitutas, de todos, bah. ¿Qué sitio ocupa este tema al lado del 50% de la población bajo los índices de pobreza (muchos de los cualesson piqueteros, a no olvidar)? Suena obvio, pero... si la gente no tiene para comer va a hacer cualquier cosa para poder hacerlo. Simple. Entonces, si hay que salir a vender el alma en Florida, prostituirse en la esquina de mi casa, bienvenido sea mientras traiga el pan. Será que no hay una ley que genere instantáneamente empleo. Sancionar el código contravencional es como pedir que te arreglen ya mismo la vereda cuando al mismo tiempo, mejor dicho, a diario, se mueren X chicos de desnutrición. Ojo, el gobierno no hace nada por ninguno de los dos, pero -si hace- tendría que empezar por lo segundo ¿no?

Y mientras tanto, sin justificación alguna, los piqueteros, esta gente que yo defiendo simplemente porque no tienen nada más que su protesta, se empecina en que la clase media argentina (bolsillo dependiente) cada vez los soporte menos. Mucho menos. Y ni hablar tampoco de la policía que no aparece porque si aparece mata y si no aparece los piqueteros incendian el país entero con gente como ellos adentro. Si la policía actúa y mata o nada. Algo falla ¿o no?

Cuando Lennon habló de Power to the people creo que no se refería a esto. No. Estoy seguro que no. Give peace a chance.

Ah, estar con las caras tapadas no está penado por la ley, en cambio, tener los vidrios polarizados, de una 4x4 por ejemplo, sí está penado.

He dicho.

14.7.04 

Ni más ni menos que Tito

-(...) Además, aclaro que me gustan mucho las mujeres, pero lamentablemente ellas no pueden decir lo mismo de mí.

Esta era una de las partes de la carta de presentación preferida de Tito con la platea femenina delante. Alegaba que su aspecto era obvio: pelado, barrigón, con bigotes; e incluso él sabía que los bigotes le jugaban en contra, pero no se los afeitaba. Entonces, definía algún otro rincón suyo, específicamente, el mujeriego con ese sentido del humor que delataba su fanatismo por las reiterativas películas de Woody Allen.

Se caía también de maduro: él era un perdedor clásico con las mujeres, pero contaba con la ventaja de haber trabajado durante toda su vida como vendedor ambulante de relojes; uno de esos tipos que montan una relojería delante tuyo con el sólo hecho de abrir su maletín. Siempre vestido con ropa barata pero impecable. Y eso, la capacidad de orador que tenía Tito, era lo que todos sus amigos le envidiaban; es más, hasta los más pintones. "Dale, Tito, que vos con esa labia...", y él hacía su mirada clásica, casi clown: ceja izquierda parada, comisura derecha estirada. Incluso esa respuesta la había escuchado en mujeres a las que, tácticamente, develaba su arte de la no conquista. Odiaba ese momento. "Ay, Tito, si vos hablás de una manera...", decían. "Sí, pero de acariciarme el lomo, ni hablar", pensaba él.

Un día, cuando perseguir una mujer con frases ingeniosas se le volvió más tedioso que su propio empleo, Tito parecía otro en la reunión de los martes con sus camaradas de la vida. Hablaba, pero no tenía la misma chispa de siempre. Sin embargo, casi ninguno se daba cuenta porque, claro, estaban demasiado ocupados esperando el momento en que el orador de turno hacía el silencio más bien largo para comenzar a contar su problema o su historia. Entonces, harto de sí mismo, sin dar importancia a que sus amigos no le preguntaran nada, Tito dejó cinco pesos bajo el cenicero y se levantó para irse. "Pará, Tito. ¿Qué te pasa? Somos tus amigos, viejo...", pero ni siquiera se dio vuelta. Llegando a la esquina, buscando el encendedor en sus bolsillos, se dijo a sí mismo: "Si supieran la cantidad de minas que me prometieron amistad eterna", y se fue dudando. Ni se imaginaba que días después se preguntaría, "¿Qué carajo es la amistad?".

12.7.04 

Thelma y Luis o Justo ellos

Se zambulló en sus pechos para bucearlos. Como cuando se sumerge boca arriba en una pileta y por el vidrio de agua observa el cielo, no quería escuchar ninguna voz que lo hiciera volver atrás, ni a sí mismo quería oirse. Solo estar así, siendo.

En unos veintitrés besos, seis mordidas, diez u once frases susurradas y dos insultos bienaventurados, Thelma se draculizó en el cuello de Luis y él le recordó tartamudeando que no quería que le dejara marcas, por más que sentía que al otro día se hubiera hecho un tiempito para enorgullecerse de ellas sonriendo.

...

Si uno metía la mano en la bolsa negra del olvido, y revolvía, podía encontrar aquella satírica imagen de Luis en su que sí, que sí y Thelma en su que sí, que no, pero sí. Porque realmente aquella semblanza de dos personitas tentadas estaba muy a mano, tanto que cualquiera podría quitarla del lugar al que van a parar las cosas sólo por su vaso medio vacío. Es decir, las cosas a las que todavía no se dejan ver completamente.

Sin embargo, ahora estaban afectados por el único flagelo que no discrimina; el que puede victimizar a todo el que le plazca. El silencio justo en ellos, la abundancia de muecas y los abrazos que encerraban vapor de elixir entre ambos pechos habían sido los síntomas para detectar el tan temido miedo.

Su único logro había sido, tras un intento fallido sin descripción, encontrarse sin querer en un lugar remoto en una situación que no era la mejor. Apenas unos segundos, como tímidos, justo ellos, y entonces un duelo ínfimo de espadachines clásicos, lujos que se dan ambos en eso del retruque. Disfrutaron a su manera, y él sintió que ambos volvían a ser, pero no.

El ya lo había pensado una vez: No hay nada más contagioso que el miedo. Pero después, mejor dicho, hace unos días, se permitió agregar más a su reflexión. No hay nada más contagioso que el miedo, y mucho menos cuando el punto de contagio es el boca a boca.

6.7.04 

Espejito, espejito.

Había jugado con palabras como durante todo el día, mientras escuchaba música a todo volumen para no escuchar más que eso.
Comenzaba a sentir que la convivencia con sí mismo mejoraba. Hasta hacía ademanes de tocar la guitarra como si fuera tan fácil. Pensar que casi-lloraba y ahora se reía.
Veía el vaso medio lleno y llegó a pensar que éste era el púmbate que precisaba su vida. Entonces, comenzó a escribir, que es lo único que le sana el almita, y terminó redactando las treinta líneas más contradictorias de su vida. No era una autobiografía, pero lo era. Todos lo niegan y el no es más.
Sacó sus diez herramientas del teclado como si lo hubieran agarrado con las manos en la masa, se leyó, se miró, y juró por todos los santos en que no creía que jamás iba a volver a hablarse. Odia la gente como él.

¿quién soy?

  • un tipo que escribe lo que su miopí­a galopante le permite ver.
Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.