las manos
milton y mónica debían demostrarse que se gustaban. después no, ahora. por más que... por más que cualquier cosa. no. después no. ahora. sí, sí. como sea. por debajo de la mesa. uno al lado del otro no debe ser difícil. no importa el riesgo. las manos despiadadas, sigilosas disimulando en las rodillas. mejor dicho: importa el riesgo, el delicioso riesgo. las piernas son puentes, las manos tarántulas, sus cuerpos, sus sexos, las manos son sus sexos y el mantel su sábana prohibida.
el sexo callado, de mordazas invisibles invencibles, la conversación sobre la mesa, el vino tinto calienta el pico adrede, las carcajadas de los que no podían ni debían verlos, su novio, su novia, las carcajadas de los que se excitaban apenas tocándose las manos, ella sintiendo los vellos mínimos de sus dedos, él sintiendo la frialdad de sus nudillos, erección, tensión, humedad, cosquilleos... las manos gritan mudas.
nada los dentendría. ni aquella situación de riesgo delicioso, líbido y calentura los atemorizaría. nada podría con su despunte subterraneo en forma de adelanto carnal. ni siquiera esa mirada final, aquel beso en la mejilla y el saludo desde la vereda, sonrisa culposa y el agite de las manos sin pañuelos de despedida.
milton y mónica debían demostrarse que se gustaban. después no, ahora. por más que... por más que cualquier cosa. no. después no. ahora. sí, sí. como sea. por debajo de la mesa. uno al lado del otro no debe ser difícil. no importa el riesgo. las manos despiadadas, sigilosas disimulando en las rodillas. mejor dicho: importa el riesgo, el delicioso riesgo. las piernas son puentes, las manos tarántulas, sus cuerpos, sus sexos, las manos son sus sexos y el mantel su sábana prohibida.
el sexo callado, de mordazas invisibles invencibles, la conversación sobre la mesa, el vino tinto calienta el pico adrede, las carcajadas de los que no podían ni debían verlos, su novio, su novia, las carcajadas de los que se excitaban apenas tocándose las manos, ella sintiendo los vellos mínimos de sus dedos, él sintiendo la frialdad de sus nudillos, erección, tensión, humedad, cosquilleos... las manos gritan mudas.
nada los dentendría. ni aquella situación de riesgo delicioso, líbido y calentura los atemorizaría. nada podría con su despunte subterraneo en forma de adelanto carnal. ni siquiera esa mirada final, aquel beso en la mejilla y el saludo desde la vereda, sonrisa culposa y el agite de las manos sin pañuelos de despedida.
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hoy, capítulo treinta y tres de chico de country.
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voyeur