el momento de marina
se caracterizaba por una virtud elogiable y poco común por la vorágine de realidad que acoge a cada ser humano: marina era paciente. no tenía problemas en esperar y eso se le había vuelto un modo de vida.
vivía tranquila, con soda, y todo eso sin la necesidad de fortunas o amores desquiciados. lo suyo era la calma y hasta en la oficina donde trabaja no obedecía a la ley madre del ambiente de trabajo: no podía andar haciéndose la ocupada con una carpeta bajo el brazo y caminando con el paso apurado de nalga contraída. ella parecía arrastrarse por los pasillos con los informes casi colgándole y su escaso maquillaje no ayudaba a su cara blanquecina.
no puede ser que seas así, parece que estás muerta, le dijo una vez una compañera de trabajo que pretendía su puesto de team leader, pero ella siguió sin mosquearse. trabajaba y se iba a la casa. no hacía sociales y no lucía minifaldas para convencer, ni siquiera a pesar de que aquel semblante moribundo escondiera la mejor herencia que podía pretender de su madre: el culo. la frase célebre de mamita, porque así se hacía llamar su madre, era: el culo no es nomás para sentarse, querida, hay que saber usarlo, eh.
contradiciéndola, marina vestía casi como hombrecito y era como una hormiga del mundo. siempre trabajando, agachaba la cabeza y era capaz de pedirle disculpas hasta a los testigos de jehová que le tocaban timbre los sábados a las ocho de la mañana.
todo eso sucedió hasta que la nombraron coordinadora general de su oficina. hace tres meses que ostenta ese puesto y hace el mismo tiempo que se lleva el mundo por delante. parece ser la hora de su revancha, la hora de transformarlo todo a su gusto, de que el trabajo se haga como corresponde y nada de ñoquis en la oficina. en los pasillos que dan al bufet, sus empleados se juntan para secretear mientras fuman. dicen que se la creyó: ya no es la misma de antes, reclaman como si alguna vez le hubieran prestado algún tipo de atención. mientras tanto, marina sonríe sin comunicárselo a su rostro. siente que llegó donde quería llegar, que éste es el momento que estaba esperando.
ayer se animó: fue al trabajo más maquillada en las ojeras y con una pollera corta comprada en el shopping. no llega a minifalda pero la evidencia del contorno de sus caderas ya fue suficiente como para que los hombres del lugar no la vieran tan déspota como habían concluido en el pasillo. su madre, que toda su vida fue ama de casa, debe estar orgullosa.
se caracterizaba por una virtud elogiable y poco común por la vorágine de realidad que acoge a cada ser humano: marina era paciente. no tenía problemas en esperar y eso se le había vuelto un modo de vida.
vivía tranquila, con soda, y todo eso sin la necesidad de fortunas o amores desquiciados. lo suyo era la calma y hasta en la oficina donde trabaja no obedecía a la ley madre del ambiente de trabajo: no podía andar haciéndose la ocupada con una carpeta bajo el brazo y caminando con el paso apurado de nalga contraída. ella parecía arrastrarse por los pasillos con los informes casi colgándole y su escaso maquillaje no ayudaba a su cara blanquecina.
no puede ser que seas así, parece que estás muerta, le dijo una vez una compañera de trabajo que pretendía su puesto de team leader, pero ella siguió sin mosquearse. trabajaba y se iba a la casa. no hacía sociales y no lucía minifaldas para convencer, ni siquiera a pesar de que aquel semblante moribundo escondiera la mejor herencia que podía pretender de su madre: el culo. la frase célebre de mamita, porque así se hacía llamar su madre, era: el culo no es nomás para sentarse, querida, hay que saber usarlo, eh.
contradiciéndola, marina vestía casi como hombrecito y era como una hormiga del mundo. siempre trabajando, agachaba la cabeza y era capaz de pedirle disculpas hasta a los testigos de jehová que le tocaban timbre los sábados a las ocho de la mañana.
todo eso sucedió hasta que la nombraron coordinadora general de su oficina. hace tres meses que ostenta ese puesto y hace el mismo tiempo que se lleva el mundo por delante. parece ser la hora de su revancha, la hora de transformarlo todo a su gusto, de que el trabajo se haga como corresponde y nada de ñoquis en la oficina. en los pasillos que dan al bufet, sus empleados se juntan para secretear mientras fuman. dicen que se la creyó: ya no es la misma de antes, reclaman como si alguna vez le hubieran prestado algún tipo de atención. mientras tanto, marina sonríe sin comunicárselo a su rostro. siente que llegó donde quería llegar, que éste es el momento que estaba esperando.
ayer se animó: fue al trabajo más maquillada en las ojeras y con una pollera corta comprada en el shopping. no llega a minifalda pero la evidencia del contorno de sus caderas ya fue suficiente como para que los hombres del lugar no la vieran tan déspota como habían concluido en el pasillo. su madre, que toda su vida fue ama de casa, debe estar orgullosa.
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hoy, capítulo cuarenta y cinco de chico de country.
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Etiquetas: mis textos, mujeres