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marcos-4/diez años
al ser liberado, no sintió que durante el tiempo del encierro le hubieran salvado la vida. siempre pensá en eso, le hubiera repetido un vigilante, pero no era eso lo que le pasaba por la cabeza a marcos mientras caminaba por la calle y redescubría la superficie ahuevada del empedrado en las plantas de los pies como si un detalle de ese tipo pudiera ser borrado de la memoria. lo habían cambiado. le habían puesto en remojo la vida y quedó reducido a lo que llevaba consigo apenas lo soltaron: el cheque equivalente al dinero en efectivo que, según le dijeron, era lo que hubiera ganado en un trabajo mediocre durante el tiempo del encierro; los cigarrillos que le regaló su último vigilante; y la ropa del día en que se lo llevaron: la camisa leñadora rojiza, los calzones, los jeans gastados y las zapatillas de cuero blancas sin medias. eso era el nuevo marcos: más viejo, de barba canosa y cabello cada vez menos resistente a la ley de gravedad.
cinco cuadras después, cuando la madrugada insistía oscura, tuvo la necesidad de hacer y la indecisión de no saber qué, todo o nada, escándalo u homenaje. pensó en regresar a algún lado, no sabía a dónde, dobló a la izquierda y lo único que encontró, además de otros perros que se sumaban a los que había visto al bajar del auto de ruido gasolero, fue la silueta de una mujer parada en la otra esquina; estaba apoyada en la pared mirando para el lado que traía el hipotético tránsito a esa calle deshabitada y le daba la espalda. esperaba un colectivo o algo por el estilo, seguro. se le acercó sin apuro, convencido de que proceder de otra manera podría asustarla; ya hay que juntar demasiado coraje para estar en la calle a ese horario, pensó. se acercó a dos metros, la descubrió cuarentona con un refilón de su perfil y dudó, sintió que comunicarse con el afuera le era imposible, como si fuera una especie de estúpida e insoportable primera vez adolescente. quiso preguntarle cómo volver o iniciar una conversación cualquiera, pero los diez años no habían sido en vano: la arrebató por detrás y ella intentó resistirse; pataleaba en el aire y marcos no detenía su manoseo agitado mientras la enlazaba de la cintura con un brazo. la fuerza reposada durante los diez años, en que su único objetivo era evitar el suicidio, era su aliada en eso de aprovechar aquella oferta: la oscuridad, el frío de la noche, la calle inhóspita puesta a su paso como una invitación insoportable, la facilidad del vestido, las piernas robustas bajo las medias de lycra, la abundancia carnal, la respiración demencial, las trompadas que revoleaba al aire, deliciosa violencia, y, segundos después, cuando la resistencia parecía disminuir, lo mordió, hembra caníbal, en la mano derecha que le tapaba la boca. pero eso no fue nada, no, el dolor no era efecto; nada de eso entraba en su razonamiento cuando lubricó la cabeza de su verga agarrotada con la mano derecha que chorreaba sangre y en sólo cinco estocadas alcanzó el desahogo final que lo derrumbó contra la pared.
la mujer giró y le pateó la cara hasta que le faltó el aire; fuerte, de punta, bestial, masculina. era la primera vez que le pegaban en más de diez años. si hubiera podido hacer el esfuerzo de recordar la última vez, no lo hubiera logrado. marcos no podía nada. su alivio era sedante, pomposidad, destellos visuales, anestesia y ni siquiera pudo experimentar la sorpresa al verle la cara de hombre antes de que se fuera taconeando con valentía la vereda húmeda de rocío en ese lugar que todavía no reconocía. tirado, con la cara hinchada y la pija muerta en rojo sangre, creía estar seguro de que el lugar donde lo habían dado por muerto hacía más de diez años quedaba lejos de esa esquina en la que acababa de renacer.

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