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no moneda
primero le liquidaron el sueldo y discutió por teléfono el monto. gritó, insultó y le pidieron que se calmara, que ella sólo era una contadora de la empresa, que no era la dueña. accedió. sin cortesías, pero accedió.
cortó el teléfono y: conchuda. siguió rebanando el salamín con la cuchilla. temió cortarse mientras hablaba, pero no. para nada. sucedió ahora, inmediatamente después de cortar, cuando la máquina de su cabeza seguía dándole y dándole a esos engranajes. zac, y sangre. mucha sangre, la puta madre y a buscar algodón, agua oxigenada, una curita, no sé, algo, no, una curita no, no sirve, una venda, eso, una venda en un departamento de soltero, ja.
ahí estaba. él y su índice izquierdo encapuchado con ese vendaje aparatoso de papel higiénico húmedo y cinta scotch, la remera manchada de sangre y el jean apenas, en la botamanga unas gotitas. no es fácil vendarse con una mano, pero en ese momento lo importante era tener el salamín picado sobre la tablita, el vino tinto sin abrir, las dos copas gordas y recién compradas para la cena con ella, la carne mechada rodeada de papas en el horno, las formas de evitar hablar del trabajo, mejor dicho: de la reciente ausencia de trabajo, y no hay pan. no hay pan. puta madre. a comprar a las ocho y media de la noche. puta madre.
tres cuadras. tres cuadras sin trabajo y la sensación de que sólo le sucede a él: todo a mí, todo a mí, y el consuelo: ya conseguiremos algo, él y alguien más, no sabe quién, son dos, dos en uno, como un shampoo masculino.
saluda al ponja de la puerta, se pregunta por qué siempre piensa que es ponja si cuando lo comenta con cualquiera dice que va a los chinos y todo el mundo conoce ese supermercado así. ¿no serán coreanos?. pan, pan, pan, ¿dónde está el pan?, ahí está. una bolsita, uno noventa y siete y caja sin fila.

-do peso.
-...
-do peso.
-dice uno noventa y siete -dijo señalándole el precio.
-no moneda.

juntó uno noventa y cuando el ponja de la puerta contaba las monedas dijo: qué difíciles son las cuentas cuando lo quieren cagar a uno ¿no?, y se fue con la estúpida sensación de robo y revancha que sólo llevamos los infelices de su calibre.

voyeur

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