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la muerte, dos puntos
la muerte es una mierda, eso no lo descubrí yo, pero es lo primero que se me ocurre en este vómito que es como si sacara un tapón y me desagotara todo junto. vi la muerte bien de cerca el miércoles 12 de diciembre a las 4:50 y los días posteriores no pude escribir nada. la vi, después de una espera insoportable, pasarela de electroshock incluida, cuando entré a terapia intensiva y la miré a los ojos, abiertos, vacíos. tenía la boca abierta como una caverna helada y mi mamá la abrazaba llorando, como si ese cuerpo inerte todavía fuera su hermana. mi madrina.
pienso en la muerte desde hace tiempo. leí que dijo camus que eso es de personas sensatas y es un consuelo estúpido, pero cuando a la noche no puedo dormir y se me pasa por la cabeza tener en cuenta (aunque uno lo sepa desde hace tiempo) que todo se va a terminar en algún momento y le sumo la idea abrumadora de que además puede ser de repente, por más estúpido que suene, encuentro consuelo, y sobre todo distracción, en los libros. entonces aparece camus y compañía.
antes de vivir la muerte de cerca, es decir: antes de que falleciera mi abuelo y hace poco mi madrina, yo me iba a dormir pensando en la posibilidad de que todo esto que entendemos como vida real no sea tal cosa, sino más bien una especie extraña de estado de conciencia en el que podemos ver y tocar. como un sueño creíble. bastante antes de pensar en esas cosas, de más chiquito, soñaba siempre con que, un día de lluvia, me caía del balcón del departamento en que vivía sobre juan b justo y abajo me esperaba el tiburón de la película y me rompía los huesos de un mordisco. moría, claro, pero ahí está la paradoja de lo real y lo irreal: en ese entonces, luego de morir en el sueño, despertaba asustadísimo. una resurrección, ahí tienen. este sueño reiterativo hizo que mucho tiempo después, de curioso, consultara a un psicólogo amigo y me develó que varias generaciones están muy influenciadas por esa película, que incluso hay gente que le ha tomado una especie de pánico al mar. una auténtica pesadilla. nada del otro mundo. qué se yo.
antes de lo de mi tía, lo más cercano que había vivido a la muerte, desde un lugar activo y no como el nene al que le comunican la cuestión, fue cuando un día cualquiera entré a casa preocupado por saber cómo estaría mi perra mara, recién operada de unos tumores, y cuando intenté abrir la puerta de mi casa estaba trabada del otro lado. era el peso muerto del cuerpo de mara. entré a casa a la fuerza, llorando, la levanté en brazos y, chorreando pis y algo de mierda, la llevé a mi jardín. agarré una pala que estaba a mano porque los albañiles andaban de obra en casa y cavé el pozo llorando. era mediodía y yo volvía de algún lado; iba a la secundaria, me parece. lloviznaba, pero no hacía frío. o si hacía no lo sentía. la enterré y fue terrible cuando tuve que doblarle las patas con fuerza para que entrara de alguna manera en ese pozo. el primer crack me dolió en el alma.
antes que nada había muerto mi abuelo antonio. eso es lo primero que recuerdo relacionado a la muerte. yo era chico, no sé cuántos años tendría, pero todavía no era alguien que pudiera consolar. tenía menos de 11 años, seguro. mi abuelo desde hacía años venía con infartos y consecuencias del pucho que combatió en la fundación favaloro. me acuerdo del coso metálico en la puerta del lugar, de cómo me colaba fuera del horario de visita y de algunos médicos en particular. de todo eso me acuerdo bien. de lo que no tengo un gran recuerdo es de la mañana de su muerte. me acuerdo que me levanté porque escuché ruidos. no sabía que eran llantos y todo eso, pero tuve la sensación de que esa mañana no era igual a todas. algo había pasado. me levanté y mi mamá me dijo: murió el abuelo. desecha y todo, no era su papá, era mi abuelo. madre. má. ese es todo el recuerdo que tengo. después lloré y no fui al velatorio. estaba mal. quería mucho a mi abuelo. mucho. él me había enseñado a silbar pasadito el año de vida y a los seis a jugar al truco. la noche anterior a su muerte jugamos un treinta en su habitación, tirados en la cama, frente a frente. él haciéndome chistes, gastándome porque iba ganándome. no me acuerdo quién ganó, qué cagada. días después, no sé cuándo me lo dijeron, pero me enteré que el paro cardíaco le agarró después de bañarse y afeitarse, viejo coqueto hasta el final. cayó desplomado en el baño. era el día del amigo, acabo de acordarme.
volviendo al comienzo, ayer llevé el certificado de defunción de mi tía a una empresa de préstamos. consulté cómo era el trámite para estos casos y me dijeron que esperara un segundo. ante una fila de seis personas, me atendieron primero. agradecí, hice la entrega del caso y salí satisfecho y con constancia en mano, pero en el camino de vuelta a casa pensé en el respeto que impone la muerte. hasta un mal que no discrimina a nadie como la burocracia sucumbe frente a la potencia de la muerte.
lo último que me queda de la muerte es una charla con mi abuela justo en el momento en que velábamos a mi tía. yo estaba consolándola, diciéndole que la quiero mucho, que teníamos que llorar juntos y que de a poco todo iba a mejorar. ya va a pasar, quedate tranquila, le dije. entonces dejó de llorar, me miró seria y fue terminante como nunca antes: yo te digo que no pasa. hice silencio y pensé como si no lo supiera: esposo e hija. es como si nos arrancaran partes de nosotros, me dijo llorando. me sentí de más en la situación. inocente. estúpido. no sabía qué hacer.
con el pasar de los días casi en lo único en lo que pensé fue en esta charla con mi abuela. me quedó grabado en la cabeza y en todos los viajes al trabajo no paré de repasar la situación. me di máquina todos los putos días e insólitamente, terminé asociándolo con todo lo que escribí líneas arriba y repitiéndome esa última frase de mi abuela me acordé de algo que me comentó una vez luis, un tipo manco que conocí en un viaje hace tiempo y que soportó que le preguntara infinidad de cosas vinculadas a eso. él me dijo que muchas veces los mancos tienen la sensación de tener la parte que les falta. a todos nos pasa, me aseguró.

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