las discusiones
los que discutían se juntaban en casa de paloma y los vecinos pensaban que ahí se efectuaban orgías; las criticaban porque ninguno se animaba a preguntar.
paloma no les abría la puerta, sólo los recibía. alguien más tenía llave y oficiaba de portero. a veces llevaban gente nueva, no había problema. se hacían algunas averiguaciones sobre el nuevo participante, se debatía, como siempre, y, si todo andaba bien, no había problema. bienvenido. lo relevante aquí -porque marcio decía aquí y no acá- era no saludarse en la puerta cuando se encontraban y cualquiera de ellos abría la puerta sin tocar el portero ni nada. había que ser puntuales para entrar todos juntos. por falta de espacio, los hombres por la escalera, silenciosos, y las mujeres por el ascensor. hasta ese momento parecían completos desconocidos y aquello era la marca que les había dejado la opresión militar durante su militancia adolescente. todo eso ya había pasado, cada uno tenía su historia, algunos poniendo más el cuerpo, otros no tanto, los exiliados y un extenso etcétera de particularidades. en fin, todo aquello había pasado y ahora tenían eso: las discusiones.
ya en el living, cada uno sentado en su almohadón, con dos o tres tazas de café dando giros en la ronda, con la cafetera produciendo y produciendo en la cocina, recién en ese momento comenzaban a discutir. hablaban enérgicos, se chicaneaban, algunos reían, otros se enojaban y algunas veces hasta se levantaban y se iban, pero siempre volvían. una vez llegaron a ser quince en el dos ambientes de paloma, que en un principio se llamaba ludmila.
el que comenzó a evitar aquellos modismos de hacía años fue gabriel. un tipo canoso, de bigote tupido, pecas en la piel y falto de su mano derecha por un mal cálculo en su época de anarquista. yo tengo mi nombre y quiero decirlo ahora que puedo. yo no me llamo ni germán ni un carajo, dijo y algunos estuvieron de acuerdo de inmediato. otros prefirieron decir que en realidad su nombre ficticio era el real y así lo mantuvieron, pero en el grupo está la sospecha de que no se saben en realidad todos los nombres reales. sólo confían en conocerse los cinco que comenzaron con las discusiones: paloma, marcio, gabriel, néstor y hugo. de los demás, con pinzas.
hace unos meses, néstor preguntó hasta cuándo iban a juntarse a discutir. en cierto modo, lo planteó como si estuviera harto de su característica de politizadores estáticos o activistas edulcorados. ya en otra ocasión había dicho que eso de las actividades a beneficio y demás eran poca cosa, por lo menos a su entender. gabriel lo apoyó, pero sin poner en tela de juicio la duración de las discusiones. es cierto que deberíamos accionar más, dijo textual. paloma lucía enferma aquella noche, pero eso no la silenció: además, ahora podemos hacer algo. hugo dudó y lo compartió: ¿no me van a decir que nos comemos el cuento verde de la democracia?, pero marcio sin querer tuvo la última palabra que daría comienzo a una nueva etapa de las discusiones: yo no me creo ningún cuento, pero ante tanta teoría creo los ideales merecen su parte práctica, al menos para tener razón o no. yo no tengo intenciones de quedarme con la duda.
en la reunión posterior, el martes pasado por la mañana, siete personas fueron asesinadas a balazos en el departamento de paloma. esa fue, al final, su última reunión y en la necrológica de los diarios no figuraba ninguno de sus nombres de pila.
los que discutían se juntaban en casa de paloma y los vecinos pensaban que ahí se efectuaban orgías; las criticaban porque ninguno se animaba a preguntar.
paloma no les abría la puerta, sólo los recibía. alguien más tenía llave y oficiaba de portero. a veces llevaban gente nueva, no había problema. se hacían algunas averiguaciones sobre el nuevo participante, se debatía, como siempre, y, si todo andaba bien, no había problema. bienvenido. lo relevante aquí -porque marcio decía aquí y no acá- era no saludarse en la puerta cuando se encontraban y cualquiera de ellos abría la puerta sin tocar el portero ni nada. había que ser puntuales para entrar todos juntos. por falta de espacio, los hombres por la escalera, silenciosos, y las mujeres por el ascensor. hasta ese momento parecían completos desconocidos y aquello era la marca que les había dejado la opresión militar durante su militancia adolescente. todo eso ya había pasado, cada uno tenía su historia, algunos poniendo más el cuerpo, otros no tanto, los exiliados y un extenso etcétera de particularidades. en fin, todo aquello había pasado y ahora tenían eso: las discusiones.
ya en el living, cada uno sentado en su almohadón, con dos o tres tazas de café dando giros en la ronda, con la cafetera produciendo y produciendo en la cocina, recién en ese momento comenzaban a discutir. hablaban enérgicos, se chicaneaban, algunos reían, otros se enojaban y algunas veces hasta se levantaban y se iban, pero siempre volvían. una vez llegaron a ser quince en el dos ambientes de paloma, que en un principio se llamaba ludmila.
el que comenzó a evitar aquellos modismos de hacía años fue gabriel. un tipo canoso, de bigote tupido, pecas en la piel y falto de su mano derecha por un mal cálculo en su época de anarquista. yo tengo mi nombre y quiero decirlo ahora que puedo. yo no me llamo ni germán ni un carajo, dijo y algunos estuvieron de acuerdo de inmediato. otros prefirieron decir que en realidad su nombre ficticio era el real y así lo mantuvieron, pero en el grupo está la sospecha de que no se saben en realidad todos los nombres reales. sólo confían en conocerse los cinco que comenzaron con las discusiones: paloma, marcio, gabriel, néstor y hugo. de los demás, con pinzas.
hace unos meses, néstor preguntó hasta cuándo iban a juntarse a discutir. en cierto modo, lo planteó como si estuviera harto de su característica de politizadores estáticos o activistas edulcorados. ya en otra ocasión había dicho que eso de las actividades a beneficio y demás eran poca cosa, por lo menos a su entender. gabriel lo apoyó, pero sin poner en tela de juicio la duración de las discusiones. es cierto que deberíamos accionar más, dijo textual. paloma lucía enferma aquella noche, pero eso no la silenció: además, ahora podemos hacer algo. hugo dudó y lo compartió: ¿no me van a decir que nos comemos el cuento verde de la democracia?, pero marcio sin querer tuvo la última palabra que daría comienzo a una nueva etapa de las discusiones: yo no me creo ningún cuento, pero ante tanta teoría creo los ideales merecen su parte práctica, al menos para tener razón o no. yo no tengo intenciones de quedarme con la duda.
en la reunión posterior, el martes pasado por la mañana, siete personas fueron asesinadas a balazos en el departamento de paloma. esa fue, al final, su última reunión y en la necrológica de los diarios no figuraba ninguno de sus nombres de pila.
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