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Sin título

Nando escribía porque no sabía pintar perfiles con dos ojos como Picasso, ni dibujar recortes de lo cotidiano como Quino, ni tocar la trompeta en la luna como Amstrong. Entonces esto, lo que no podía hacer, era lo que lo inspiraba a escribir; así como también las no demasiadas mujeres en las que posaba sus ojos como una especie de par de abejas polinizando flores.

Para buscar su inspiración había probado de todo y, ahora que podía, la llamaba a grito pelado en su orgullosa soledad, hubiera dicho Arlt. Desde dibujar garabatos en una hoja que le dieran una imagen, escuchar músicos franceses, brasileños e ingleses, y hasta fumar marihuana con sus amigos, ir y volver, y jamás recordar qué fue lo que su inconsciente le había comentado. Improvisaba todo. Pero había comprobado leyéndose que eso todavía no le alcanzaba para tomar un texto con el fanatismo suficiente y escribir unas doscientas páginas sin revisar cada una de las líneas cambiando adjetivos sin parar.

Un día, sin forzarla ni fumarla, encontró la pista. Ese cosquilleo que les debe agarrar a los detectives cuando encuentran una huella digital en un picaporte o una sábana blanca les descubre un pelito de un(a) luna(r) para irse a vivir y plantar bandera. Y entonces, sin otra salida que ejecutar, vaciarse, desarmar y sangrar, hubiera dicho García, siguió con su inevitable: hacer letras las percepciones.

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