Un recreo
Eran cuatro lucecitas viendo millones. Ema y Facundo, de 11 y 12, observaban las estrellas prometiéndose sin palabras jamás dejarse.
En sombras, dos siluetas pequeñas sentadas y abrazadas al borde del río en Puerto Madero. En rigor, dos chicos hechos de harapos y roña que entorpecían la belleza top.
Los estarían buscando. Se habían escapado, pero ya comenzaban la vuelta. Sí, ya habían pensado en no volver, pero ¿a dónde ir?. A unas ocho cuadras, sus respectivas familias estarían revisando bolsas de basura sin siquiera mirarse. Rivales de la nada.
Facundo pensaba en la paliza que le daría su papá por la pérdida de tiempo, es decir, dinero mendigado que sería alimento. Pero prefería consolar, rodeándola con su brazo, a Ema, que ya comenzaba a sollozar como cada vez que volvían.
¿Qué iban a explicar? ¿Para qué?
En sombras, dos siluetas pequeñas sentadas y abrazadas al borde del río en Puerto Madero. En rigor, dos chicos hechos de harapos y roña que entorpecían la belleza top.
Los estarían buscando. Se habían escapado, pero ya comenzaban la vuelta. Sí, ya habían pensado en no volver, pero ¿a dónde ir?. A unas ocho cuadras, sus respectivas familias estarían revisando bolsas de basura sin siquiera mirarse. Rivales de la nada.
Facundo pensaba en la paliza que le daría su papá por la pérdida de tiempo, es decir, dinero mendigado que sería alimento. Pero prefería consolar, rodeándola con su brazo, a Ema, que ya comenzaba a sollozar como cada vez que volvían.
¿Qué iban a explicar? ¿Para qué?