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estaba en su sueño. conviene el adelanto porque tampoco es cuestión de andar creyéndose una cosa por real cuando finalmente luzuriaga estaba soñando. no. no es justo. no lo es ni siquiera a pesar de no tener un final concreto.
luzuriaga soñaba que estaba en el paraíso. que un tipo de barbas colgantes y vestimenta de hare krishna lo recibía con un abrazo de esos que no aprietan con fuerza. lo recibía y lo miraba fijo a los ojos como invitándolo vaya uno a saber a qué.
luego de la caminata con el pseudo hare krishna, llegado el momento de la despedida, el dios de su sueño le hizo un obsequio. escondió la mano derecha en su espalda sin sacarle la vista de los ojos a luzuriaga y de repente sacó uno de esos cuadritos que contienen arena y un líquido rojo; esos que uno da vuelta y poco a poco se va construyendo un paisaje nuevo. se lo dio a luzuriaga y él lo tomó entre sus manos con cuidado.
al despertar de repente, luzuriaga no estaba sobresaltado. estaba tranquilo por completo. sedado entre la mañana porteña y húmeda que dio comienzo a aquel día. se levantó y comenzó a cambiarse.
luego de encontrar su billetera entre la ropa tirada, que había usado la noche anterior, salía de su habitación todavía sin despabilarse, con los ojos chinos y lagañosos. se detuvo en el camino. sus ojos parecieron petrificados y una tensión en sus piernas le impidió moverse por unos segundos. luego se acercó con cautela a su aparador y lo tenía frente a sus ojos: el adorno paisajista que le había dado el dios hare krishna de su sueño.
lo miraba y no podía creerlo. comenzó a pensar que aquello sería una pista de buenaventuranza, un pronóstico de que en su futuro, después de aquel sueño y aquella mañana, cambiaría radicalmente para mejor, que algunos de sus sueños, al menos algunos, se cumplirían de una vez. pero eso fue cuestión de segundos, apenas la imaginación de un adolescente todavía adormecido por una noche atareada. inmediatamente después, recordó que uno incorpora cosas de la realidad a los sueños, que ésa es la forma en que se arma el rompecabezas de la imaginación inconsciente, que aquel adorno se lo había traído la tía pocha cuando volvió de sus vacaciones en mar de las pampas.

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hoy, capítulo veintiuno de chico de country.

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