zulema hecha ley
bailaba el tango y los hombres se relamían sin relamerse, o tal vez a alguno se le escapara un lenguetazo libidinoso que barre la espesa baba blanquecina de la comisura, pero no es el punto hacer denuncias de esa calaña. lo que sí se comenta con rencor nacionalista es que, cuando la zulema bailaba el tango, los turistas amantes de la glamorosa danza argenta, arrimando la silla a la mesa para disimular la atención de su bragueta, le ofrecían cifras siderales por una noche entre sus piernas. sin embargo, a la zulema nadie le conocía el sí. sólo su sonrisa.
muchas veces han querido averiguar su estado civil. le preguntaban a los mozos, a las demás señoritas que bailoteaban en la pista de la milonga, a los adolescentes púberes que parecían ser la nueva carne de la viruta del tango, pero ninguno tenía la precisa.
desde la semana pasada que la zulema ya no baila en la milonga. los tipos le volvieron a preguntar a los interlocutores de siempre, pero tampoco tuvieron información al respecto. entonces, se lo encaró al dueño del boliche con epítetos de reclamo -como si: no vas a decirnos que la echaste, eh- y la respuesta fue que ella lo había llamado diciéndole que ya no iba a bailar más, ni ahí ni en ningún lado, que eso era lo único que sabía de esa ingrata de zulema.
hace días que el tema sobrevuela el tan de moda ambiente tanguero. los hombres han pensado: desde saludar la viudez de la zulema con un caballeresco ramo de calas hasta perseguir al hijo de puta que se casó con ella y la guardó para siempre. lo cierto es que la zulema ya es mito. cuando en la milonga se aplaude una bailarina, lo primero que se escucha es como una ley: tango-tango, bailaba la zulema, eso era bailar.
bailaba el tango y los hombres se relamían sin relamerse, o tal vez a alguno se le escapara un lenguetazo libidinoso que barre la espesa baba blanquecina de la comisura, pero no es el punto hacer denuncias de esa calaña. lo que sí se comenta con rencor nacionalista es que, cuando la zulema bailaba el tango, los turistas amantes de la glamorosa danza argenta, arrimando la silla a la mesa para disimular la atención de su bragueta, le ofrecían cifras siderales por una noche entre sus piernas. sin embargo, a la zulema nadie le conocía el sí. sólo su sonrisa.
muchas veces han querido averiguar su estado civil. le preguntaban a los mozos, a las demás señoritas que bailoteaban en la pista de la milonga, a los adolescentes púberes que parecían ser la nueva carne de la viruta del tango, pero ninguno tenía la precisa.
desde la semana pasada que la zulema ya no baila en la milonga. los tipos le volvieron a preguntar a los interlocutores de siempre, pero tampoco tuvieron información al respecto. entonces, se lo encaró al dueño del boliche con epítetos de reclamo -como si: no vas a decirnos que la echaste, eh- y la respuesta fue que ella lo había llamado diciéndole que ya no iba a bailar más, ni ahí ni en ningún lado, que eso era lo único que sabía de esa ingrata de zulema.
hace días que el tema sobrevuela el tan de moda ambiente tanguero. los hombres han pensado: desde saludar la viudez de la zulema con un caballeresco ramo de calas hasta perseguir al hijo de puta que se casó con ella y la guardó para siempre. lo cierto es que la zulema ya es mito. cuando en la milonga se aplaude una bailarina, lo primero que se escucha es como una ley: tango-tango, bailaba la zulema, eso era bailar.
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Etiquetas: mis textos, mujeres